La burocracia es necesaria. Sí, ¡¡ pero tanta !! En busca del encuentro con la intervención social

Vivimos tiempos complejos, difíciles y de incertidumbre. Trabajadoras y educadoras sociales, integradoras y animadoras socioculturales pensábamos que el encuentro físico directo era imprescindible. Este precepto solo ha sido inamovible en las trabajadoras familiares. Ellas han seguido yendo a los domicilios sin dejar de hacer la atención directa. El resto hemos visto alteradas nuestras prácticas y obligarnos a aprender nuevas formas de atención y gestión on line, maneras de hacer llegar documentos y su vuelta firmados. El WhatsApp y otras App han irrumpido en nuestras vidas profesionales para quedarse por la utilidad que están demostrando.

La actual crisis sanitaria, social y económica está provocando un aumento de la demanda en servicios sociales, aun mayor de lo que estábamos atendiendo desde 2008. Respondemos a ella con recursos limitados. Por otra parte, es lógico pensar que la priorización o concesión de esos recursos ha de tener un sistema de acceso transparente, claro e igualitario. Aquí la burocracia tiene la fórmula necesaria.

En mi opinión, a veces olvidamos que los recursos que ofrecemos en servicios sociales se dividen en técnicos, económicos y materiales. Los dos últimos están limitados por los presupuestos, sujetos a los plazos que requiere la burocracia. Ahora bien, los técnicos son de disponibilidad inmediata y renovables, inagotables como nuestro compromiso profesional. Hay una frase que ilustra esta afirmación: “la paciencia es un bien finito, pero renovable”.

Por lo tanto, en las prestaciones técnicas la burocracia pierde presencia para dar paso a la responsabilidad, a la creatividad y, quizá, solo quizá, a la ilusión. La Ley Foral de Servicios Sociales de Navarra las define como aquello que hacemos las profesionales para prevenir y promocionar la autonomía mediante el apoyo a las personas y grupos. Todo ello para mejorar su bienestar. Esta aspiración tan honorable y extensa va a requerir del apoyo con prestaciones económicas y materiales cuya concesión implica un procedimiento administrativo, lo que viene siendo burocracia.

En este sentido, son pertinentes algunas preguntas: ¿qué es la burocracia y qué la intervención social? ¿Son excluyentes o complementarias?

La burocracia es un tedioso camino que la ciudadanía hemos de recorrer para conseguir algo con las instituciones. A veces se torna ineficiente por su rigidez, lentitud y papeleo, por eso la odio. Sin embargo, es necesaria porque establece el orden de las cosas y organiza el acceso a recursos.

El término intervención tiene numerosas acepciones: control, fiscalización, implicarse en un asunto, o mediar por alguien. En nuestro caso la intervención se acompaña de “social”, de sociedad, de la ciudadanía que convivimos bajo normas comunes. Podemos definir la intervención social como un proceso donde las profesionales de la SSAP con la legitimidad de nuestro puesto tomamos parte para mediar por las personas en su interacción social. El diccionario de Trabajo Social (2012), añade que es un procedimiento lógicamente ordenado para dar respuesta a dificultades sociales. Esto me suena, en parte, a burocracia. Además, nuestro código deontológico (C.G.T.S., 2020) en el art. 17 nos compromete a garantizar “el acceso a recursos y el apoyo para cubrir sus necesidades; especialmente de aquellos que se encuentran en situación de mayor vulnerabilidad o en alguna situación específica de desventaja social”. Y, esto, sí que requiere burocracia, además de intervención social.

La burocracia y la intervención social se pueden encontrar en el momento de la solicitud de un recurso. Ese espacio permite explorar otras necesidades, a veces más importantes y que suelen ser el quid de la cuestión, más allá de la demanda que se antoja más como un síntoma. Este es el valor añadido del “encuentro burocrático”.

Ahora bien, la intervención puede ser únicamente para realizar las gestiones necesarias de acceso a un servicio o prestación de nuestras respectivas carteras. O, por otra parte, sumar ese punto de valor añadido que nos acerca a los problemas reales, ese compartir las dificultades en un acercamiento para un fin común. Estoy hablando del vínculo que nos convierte en la profesional de referencia. Aquella que da cohesión y coherencia en una relación para fomentar la autonomía y el desarrollo.

La burocracia es un “mal”, si preferís vivirlo así, necesario que establece un marco garantista de seguridad jurídica. Ahora bien, orientarnos en exceso, o exclusiva, a la tramitación de prestaciones es una pérdida de potencial profesional y la “descualificación (deskilling)” progresiva al priorizar la urgencia y la gestión del recurso de acuerdo al papeleo como dice Arantxa (Hernández, 2018, p. 147), además de potenciar la cronicidad. Los problemas de una compañera con la que trabajé solían ser: “no me dan el DNI, no han firmado la solicitud, me traen el empadronamiento en lugar del de la convivencia y ¡sin antigüedad!” etc. Esto erosiona nuestro rol de agentes de cambio. Nos alejamos de aquello que aporta valor añadido. Si seguimos así, en un futuro, no muy lejano, en nuestro trabajo no será preciso un alto nivel de cualificación, ¿será todo por internet, te guiará un robot? ¿Qué os parece? 

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