Tres distinciones que ayudan a solucionar problemas sociales

“Para conseguir una imagen con volumen son necesarios dos puntos de vista”.

El otro día viendo un documental escuche está frase en boca de una mujer. Inmediatamente lo relacione con la idea de codiagnóstico. Sin entrar en grandes distinciones académicas, más propias de un artículo científico que de un blog, lo entiendo como un encuentro entre dos personas para explorar un realidad donde detectar las dificultades, problemas y limitaciones que pudieran estar operando en ella.

Al hablar de dificultades me refiero a aquellas cuestiones de contenido relacionadas con el qué hacer. Si tenemos que asear a una persona con movilidad reducida tendremos que desarrollar algo de fuerza y técnica para una movilización adecuada que nos permita atender y cuidarnos. O valorar la compra de ayudas técnicas. Las dificultades requieren de un esfuerzo personal para superarlas.



Los problemas surgen cuando no basta con un esfuerzo extra para resolver una dificultad, o cuando no podemos identificarla. Necesitamos cambiar lo que estamos haciendo y tratar de descubrir cómo lo estamos haciendo. Detectar qué nos impide llegar a un desempeño adecuado, a una solución, a resolver una dificultad concreta. En mi despacho tengo una pizarra donde apunto los problemas, esas cuestiones complejas donde no está claro que hay que hacer y es preciso reflexionar cómo explorar la realidad hasta descubrir qué podemos resolver. El proceso nunca suele ser inferior a un mes y ha llegado a durar hasta nueve.

El siguiente vídeo, un poco chapuzas, ilustra de manera simple la estructura de problema:



Las limitaciones tienen que ver con esos “techos de cristal” que nos autoimponemos, o con expectativas que no existen en el mundo real y que tienen que ver con nuestro diálogo interno. Con negar nuestra capacidad y lo que realmente es posible, aunque sea poco probable.



Estas estructuras de carencia podemos identificarlas en la valoración social, en ese encuentro donde compartir nuestra visión del mundo con quien tenemos junto a nosotros. Se trata de poner encima de la mesa, en sentido metafórico, de hacerlas conscientes para llegar a describirlas y convertirlas en dificultad, en algo sobre lo que poder intervenir.

Sin embargo, hemos de notar que no es suficiente con identificar las carencias.

Es imprescindible conocer las potencialidades como capacidades donde apoyar la intervención para resolverlas, si es posible con los recursos existentes. 


Como dijo Arquímedes “dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”, un tanto pretencioso, pero a nivel micro adquiere un sentido realista y posibilista en el sentido de apoyar nuestra intervención sobre una base que permita alcanzar los objetivos.


Por ello es fundamental la valoración social integral, completa. Esa tecnología que nos permite investigar con la persona cómo es su situación social general, su calidad de vida (en otra entrada hablaremos de las dimensiones que la conforman). Ese encuentro en la visita domiciliaria, o en la entrevista en profundidad. En la observación del otro en su contexto, comprendiendo el sentido que le otorga y, si es posible, incluyendo otras alternativas, otros sentidos posibles, otros elementos a tener a en cuenta. Aquí la integralidad, además de a la valoración holística se refiere también a incluir causas y consecuencias probables.

A partir de esa idea general podemos priorizar, bien desde la urgencia, desde el acuerdo, o simplemente de la posibilidad de cambio real. Esto sólo es posible de la descripción precisa de la dificultad una vez identificada.

Por lo tanto son fundamentales instrumentos de valoración social y diagnóstico, pero debemos ir más allá, aplicarlos a la intervención y la evaluación para ver la evolución del caso.

¿Conoces instrumentos de valoración social que quieras compartir?


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